La historia del arte comienza con unas manos marcadas en la piedra, el primer grito de existencia. Quizás pintamos porque sabemos que desapareceremos, porque necesitamos dejar constancia de que alguna vez sentimos, pensamos y fuimos.
Mis obras buscan provocar más que representar. No me interesa la belleza por sí sola si no es capaz de remover algo en quien la observa. Quiero que cada cuadro sea un espejo donde cada persona proyecte su propia historia, su propia duda, su propia verdad.
Explora la dualidad entre la luz y la sombra, lo efímero y lo eterno, la realidad y la apariencia. Cada obra es un enigma abierto, un universo donde la identidad, la memoria y la trascendencia dialogan sin buscar respuestas definitivas.
Desde los maestros del Prado hasta la esencia de la cultura vasca, mi arte bebe de la historia y la transforma en una visión contemporánea. La identidad en un mundo globalizado, la lucha entre tradición y modernidad, el peso de nuestros antepasados en las nuevas generaciones… todo ello se entrelaza en mis lienzos.
Y mi trabajo es escucharla. Desde el trazo preciso de un pincel fino hasta la brutalidad de la pólvora, la técnica no es un fin, sino el medio para que la imagen cobre vida. No busco que la pintura solo sea vista, quiero que se sienta.
El arte es un grito, un exorcismo. Si no incomoda o fascina, es solo una pared manchada. Cada obra es una invitación a detenerse, a cuestionarse, a sentir más allá de las palabras.
No recuerdo un solo día de mi infancia sin un lápiz o un pincel en la mano. Para mí, el arte es mucho más que una imagen: es una pregunta, un eco en el tiempo, una huella que resiste el olvido.
No recuerdo un solo día de mi infancia sin un lápiz o un pincel en la mano. Para mí, el arte es mucho más que una imagen: es una pregunta, un eco en el tiempo, una huella que resiste el olvido.